¿Cómo era la Tierra hace 4 000 millones de años?
Si viajáramos hasta aquella época distante, seríamos incapaces de prever que aquel mundo iba a convertirse en lo que vemos hoy.

Imaginémonos de pie sobre el barro que ha quedado al bajar la marea. Hemos tenido suerte, pues la mayor parte de la superficie terrestre es un océano de aguas hirvientes sin continentes. Altos conos volcánicos, repartidos por todo el globo, que arrojan gran cantidad de gases a una atmósfera densa e irrespirable, son visibles en la distancia a través de una nube de cenizas y vapores proveniente de la lava incandescente que cae a un mar poco profundo; incluso podemos ver nubes de tormenta en torno a los picos.
Algo sorprendente, pues el cielo se encuentra casi por completo libre de nubes. El brillante Sol inunda la Tierra con su luz y sus letales rayos ultravioletas. Por las noches, los meteoritos cruzan, resplandecientes, los cielos, y de vez en cuando alguno cae estrellándose contra el agua y provocando inmensos tsunamis de varios kilómetros de altura.
Más cerca, los acantilados son azotados incesantemente por el batir las olas arrastradas por los fuertes vientos. Tierra adentro, la escena la dominan montículos de lava negra cuya superficie está cubierta de escombros.
Estamos rodeados de una extensión plana de fango gris que centellea cuando la intermitente luz se refleja en los cristales de yeso. Por todos lados hay charcas, poco profundas y muy salinas